El derecho a tener un nombre (2-08)

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Un nombre, una palabra de todos los días, una palabra sobre la cual casi no se reflexiona, tener un nombre parece evidente. Sin nombre, ¿cómo hablaríamos de nosotros mismos, de los otros, de lo que nos rodea ? ¿Cómo podríamos contar historias si no pudiéramos designar mediante una palabra todo lo que nos rodea, todo lo que vemos, todo lo que experimentamos ?

Por lo tanto, un nombre sirve para denominar a las cosas y a las personas, a nuestro ambiente general, hay nombres para todo lo que está vivo y para lo que no lo está.

Un nombre tiene una historia, un sentido, un nombre viene de alguna parte. Al principio se designaba a una persona mediante un nombre pero este nombre se apagaba con ella, ¡sus hijos no lo heredaban!

Es este sistema el que se mantiene hasta alrededor del Siglo V, hasta que ya no es más administrable porque demasiadas personas llevan el mismo nombre (Homonimia) y todo el mundo está perdido, entonces se pone en práctica el apellido.

En los orígenes, el apellido era el apelativo que se atribuía a la persona, lo llamamos un « cognomen ». Así, el apellido tiene su origen en el lugar donde vivía la persona, la profesión que practicaba o incluso una característica física (de la cual por lo general las personas de la época se burlaban), el apellido también podía hacer referencia a la naturaleza o a los animales o incluso a la región.

Cada nombre tiene las características propias de su país de origen, de este modo en los países escandinavos es costumbre agregar al final del nombre un sufijo que señala si la persona es el hijo de ; como en Dinamarca donde los apellidos terminan comúnmente en «  en = hijo de «   por ejemplo Jensen, o incluso en España donde las hijas llevan el apellido de la madre y del padre.

Los orígenes del nombre

Al apellido se agrega el nombre porque no es posible hablar de una persona nombrando a un grupo, así existen miles de nombres a través del mundo que pueden indicar que Neenakshi es originario de la India, que Paolo viene de Italia, que Lars es escandinavo, Henry es inglés y Leila oriental. Evidentemente en nuestros días podemos encontrar los mismos nombres en el mundo entero porque las personas de desplazan, tienen acceso a Internet lo cual además permite viajar a las diferentes culturas.

Si retrocedemos en el tiempo, con la generalización de la escritura, cada nombre ha adquirido una manera de escribirse que permite incluso distinguir un dupont de un dupond o un smith de un smit. El sistema se ha perpetuado desde hace mucho tiempo porque desde muy temprano se prohibió el cambio de nombre y porque cada persona es oficialmente censada, es decir que cada persona está inscripta y tiene una existencia legal a los ojos de la sociedad y de la ley.

Es importante tener un nombre, gracias a esto los demás saben quienes somos, de dónde venimos y quienes son nuestros padres. Podemos y debemos estar oficialmente registrados por los servicios del Estado con el fin de poder ir a la escuela, gozar de los servicios de salud y solicitar el pleno goce del conjunto de nuestros derechos en tanto seres humanos y ciudadanos.

En muchos países, los servicios del estado civil tienen fallas y los niños no tienen existencia legal (Sobre este tema, ver el documento sobre el Derecho a la Nacionalidad) por lo tanto a los ojos de la ley no tienen nombre. Entonces, se encuentran en gran peligro de ser ilegalmente explotados, ya sea por el trabajo, la prostitución y los tráficos de todas clases.
Es imperativo que los niños de todas partes del mundo sean declarados desde su nacimiento, porque desde ese momento y a partir del cumplimiento de esta formalidad, sus países deberán garantizarles el conjunto de los derechos que les reconoce la Convención Internacional de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño.

Para finalizar, señalemos que la situación marital de los padres ya no debería mencionarse en el certificado de nacimiento porque el hecho de indicar si un niño nació fuera del matrimonio (Lo que en algunos países se traduce como «  hijo ilegítimo » ) o no, puede constituir para él un factor de graves discriminaciones (Tanto sociales como legales).

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